Cada verano un tren correo que paraba en todas las estaciones nos llevaba a la casa de mis abuelos en el pueblo. Tras siete u ocho horas de viaje nos metían a los niños en la bañera y el agua salía negra del humo del carbón. Eran otros trenes, tenían tercera clase y se pagaba ¡suplemento de velocidad! Las reservas de asiento eran un lujo. Se aprovechaban las paradas para recargar agua eran más largas y se aprovechaban para comer o bajar a comprar algo, etc.
Cuando alguien sacaba algo de comer (no había restaurante ni bar) ofrecía a todos. Los demás le contestaban con un "que aproveche". Se comía con ayuda de una navaja y todo el mundo se trataba de usted.
En fin, la nostalgia puede ser un pecado.
Cuando alguien sacaba algo de comer (no había restaurante ni bar) ofrecía a todos. Los demás le contestaban con un "que aproveche". Se comía con ayuda de una navaja y todo el mundo se trataba de usted.
En fin, la nostalgia puede ser un pecado.
No saques la cabeza que te va a entrar carbonilla en el ojo.